Actuar contra el mercado ilegal de armas implica mayores esfuerzos contra el crimen transnacional.

Por desgracia, cada vez son más frecuentes los hechos delictivos ocurridos en Bogotá en los que se utilizan armas de fuego. La percepción de la gente esta vez sí tiene pleno respaldo en las cifras: tal aumento fue del 53 por ciento en comparación con el dato de 2020, y no sobra recordar que ese año tuvieron lugar los confinamientos por la pandemia. Esto no le quita lo alarmante a una cifra que da cuenta de uno de los mayores desafíos que hoy enfrentan los responsables de la seguridad en la capital. Y es que, como era de esperarse, de la mano con este incremento se dieron los de otros delitos cometidos con estos artefactos.

Un informe publicado el domingo por este diario indagó por lo que hay detrás de dicho auge que, con razón, atormenta a la gente. El ser amedrentado de esta forma genera verdaderos traumas entre las víctimas. Esto cuando no son accionadas y causan tragedias como la de la periodista Natalia Castillo a finales del año pasado en el sector de Galerías. El caso es que al investigar qué explica el fenómeno, una vez más el tráfico ilegal de drogas aparece en la lista. Esta actividad, que en varias zonas del país vive un triste crecimiento, con mucha frecuencia las involucra en sus transacciones. Entre los factores hay otro recurrente: Venezuela. Del otro lado de la frontera estaría llegando una cantidad importante de las pistolas y revólveres, principalmente, con los que se cometen crímenes en las calles capitalinas.

Muy grave también es el uso de las armas traumáticas o de fogueo, que sigue siendo un asunto por resolver, no obstante el decreto reciente que regula su uso. Solo los expertos pueden diferenciarlas de las de fuego, por lo que muchas veces los delincuentes acuden a ellas a sabiendas de que tendrán el mismo efecto al abordar a sus víctimas, o las adaptan para causar daño insospechado.

Se debe rechazar sin ambages la tendencia a recurrir a las armas –sobre todo ilegales– como respuesta a los delincuentes

El trabajo periodístico evidenció también el funcionamiento de los mercados criminales de las propias armas, así como de las municiones. Ambas se alquilan por horas. La existencia de este mercado, que supone una amplia oferta, tiene otra consecuencia negativa: que civiles, no delincuentes, acudan a él como respuesta al riesgo creciente de ser víctima de un robo a mano armada. Un círculo vicioso que debe romperse cuanto antes.

Este debe ser el primer paso: que quienes no están inmersos en el mundo del delito no terminen conectados a él por su participación en un mercado ilegal. Hay que rechazar sin ambages esta tendencia. Al tiempo, urge actuar con las nuevas herramientas disponibles para ejercer un estricto control sobre el mercado de armas traumáticas, desde su importación hasta su comercialización en diferentes instancias. Y, por último, es preciso no desfallecer en las labores de inteligencia que buscan desvertebrar las poderosas redes que sostienen este mercado y extienden sus tentáculos incluso más allá de la frontera. Tan importante como reaccionar oportunamente a un hecho delictivo es un accionar efectivo y sostenido que neutralice los factores que nutren los mercados y garantizan la permanente oferta. Y aquí estamos ante un crimen organizado transnacional que debe ser abordado con políticas que trasciendan de lejos el ámbito distrital.

Fuente: Sistema integral de informacion

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